El lujoso auto se detuvo en la entrada del internado, dando paso a una chica blanca como la leche, de brillantes cabellos castaños ondulados, hermosos ojos verdes casi azules o grises. Dichos ojos recorrieron el lugar tan recurrido por ella mientras el chofer bajaba sus maletas del auto.
- Kimmy - la llamó una mujer de cabellos castaños, de ojos tan claros como los de la pelinegra. La chica respondió a su llamado voletándose a mirarla. - Recuerda no olvidarte de nosotros y de portarte bien, y tu padre y yo estaremos muy orgullosos, ¿verdad amor? - la mujer castaña se giró hacia el hombre que estaba a su lado, un hombre rubio de piel blanca, también con ojos claros. El hombre se limitó a asentir.
Kimberly rodó los ojos, siempre era lo mismo. Su madre era una gran persona, pero a veces se le olvidaba que tenía ese lado bueno y dejaba salir a la mujer superficial e interesada que llevaba dentro. - Sí mamá, lo sé - dijo la chica. La mujer sonrió complacida y el auto arrancó dejando a la ojiverde sola con sus maletas. Como pudo las tomó y logró entrar a la academia, deteniéndose en la Entrada. Observó todo con ojos curiosos y detalladores.